23 de octubre de 2008

Sin más que decir

Por supuesto, los seres humanos tiene momentos adultos, unos cuantos momentos magnánimos esparcidos aquí y allá, y, como es obvio, la muerte es el más importante de todos ellos. La muerte expulsa a ese muchachito obsceno y nos deja con lo que queda de nosotros, simplemente un objeto, sin vida pero puro, como La Rosa Blanca. Tome —acercó hacia mí el cristal en flor—, guárdese esto en el bolsillo. Consérvelo como un recuerdo de que ser duradero y perfecto, ser de hecho un adulto, es ser un objeto, un altar, una figura en una vidriera de colores: una cosa apreciable. Sin embargo, es mucho mejor estornudar y sentirse humano.


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¿Es posible, no estoy seguro, amar a alguien si lo primero que nos interesa es el provecho que podemos sacar de esa persona? ¿Acaso no paralizan el afán de lucro, y la culpabilidad que de éste resulta, el desarrollo de otras emociones? Se podría argumentar que incluso las personas más decentemente emparejadas se vieron atraídas inicialmente por el principio de la mutua explotación: sexo, protección, apaciguamiento narcisista; sin embargo, todo eso es trivial, humano: la diferencia entre esto último y la verdadera utilización de otra persona es la misma que hay entre las setas comestibles y las que matan: Monstruos Perfectos.


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Ahora bien, si un día se te pasa quedar conmigo, si se te olvida llamarme, se acabó, no volveríamos a hablarnos, ya que yo nunca te llamaría. He conocido a lagartos con esa sangre fría y nunca les he comprendido, aunque yo sea uno de ellos.

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...eso —dijo— es lo único que ninguno de nosotros podremos ser nunca, personas adultas. A menos que entienda usted por adulto un alma envuelta en el sayal y las cenizas de la sabiduría solitaria. Libre de malignidades, envidia, malicia, codicia y culpabilidad.


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el hecho de que algo sea verdad no quiere decir que sea convincente, tanto en la vida como en el arte. (...)

Ya que la verdad no existe, la verdad no puede ser más que ilusión; pero la ilusión, el subproducto de artificios reveladores, puede alcanzar las cimas más próximas al pico inaccesible de la Verdad Perfecta. Pongamos como ejemplo a los que se hacen pasar por mujeres. El travestí es en realidad un hombre (verdad) hasta que se recrea a sí mismo como mujer (ilusión), y, de los dos momentos, el de la ilusión es el más verdadero







Hoy fue un día productivo en el laburo...terminé el libro "Plegarias atendidas" de Truman Capote.

Me encantó.










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